"King Kong ladraba en raras ocasiones. Había estado con nosotros desde que tenía sólo tres meses de vida y cada noche ella dormía explorando sus propios sueños. Creímos que nuestros espíritus eran enriquecidos por la tierra fértil, las más verdes hojas y los más raros insectos como por la abundancia humildad. Pero un día en marzo nos despertamos del sueño. El cielo lloraba cenizas. El suelo, podrido, temblaba mientras lombrices bebés subían para probar la nieve gris. Por las montañas era la luz de la devoción la que cegaba nuestras almas, y la oscuridad tan brillante. Lloramos y gritamos en silencio y despertamos de nuevo, y todavía otra vez. Nos unimos como un grupo de King Kongs sin sonido. Un bebé nacería a cada latido, nacería con su boca cerrada firmemente como el roce entre dos piedras. Con placer vivimos en la esperanza, y esperamos nunca despertar. Una tierra de nada. Dormimos, sonreímos. Corrimos." -Apichatpong Weerasethakul.